LA SEXUALIDAD EN NIÑOS Y ADOLESCENTES CON DISCAPACIDAD
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Los niños y las niñas con alguna discapacidad física no tienen por
qué ser tratados de manera diferente que los demás: la sexualidad en ellos se
desenvuelve del mismo modo que en el resto de los niños. En todo caso, empeño
ha de centrarse para que, precisamente, en el aula y en la escuela pueden tener
las mismas condiciones: que no se les excluya, sino que teniendo en cuenta las
particulares limitaciones de cada uno, se busque la forma de integrarlos. El
asunto no es desplegar una actitud de sobreprotección, sino de respeto, pues
cada niño o niña, al margen de sus impedimentos físicos ha de ser tratado como
persona y ha de tener derecho a que su vida transcurra en un ambiente que no
destruya su autoestima. El maestro deberá prepararse para llevar a cabo esta
ayuda, pues dependiendo del tipo de discapacidad será necesario brindar al
alumno un apoyo especial. Así, por ejemplo, si se trata de un alumno invidente,
hará falta que se refuerce la información por la vía auditiva, para sufragar la
que no recibe por la vía visual. Un niño discapacitado debe ser tratado como a
cualquier otro niño; pero el maestro habrá de asegurarse de que en verdad esté
recibiendo los mismos contenidos informativos que aquellos que no tienen
ninguna discapacidad.
Capítulo aparte merecen los niños y las niñas con diferencia mental,
pues ellos, a diferencia de quienes no presentan este tipo de discapacidad. No
logran deducir fácilmente, de las experiencias que van teniendo, las normas
generales de la convivencia social: los esquemas de lo que es
correcto-incorrecto, aceptable-inaceptable. Estos niños y niñas necesitan una
mayor cantidad de experiencias y un esfuerzo extra de sus padres y maestros
para poder adquirir dichos esquemas, pues, precisamente, su discapacidad mental
bloquea esos procesos de generalización que permiten que los demás niños si
puedan adquirirlo. Así si resulta importante una educación sexual integral para
los niños que no presentan discapacidad mental, con más razón resulta
indispensable una educación que ayude a asumir y comprender de manera positiva
su sexualidad a los niños con esta clase de discapacidad, como se mostrará en
seguida.
Hay que considerar que en ellos se presentan una baja autoestima, un
débil control de los impulsos, una baja tolerancia a la frustración, una escasa
compresión y, en consecuencia, que todos estos factores los conducen a la
búsqueda de la gratificación a través de las sensaciones placenteras. Si la
educación sexual no se inicia desde la infancia será muy hacerles entender,
cuando lleguen a la adolescencia, que lo que se busca es evitar que se hagan
daño, y que agradan u ofendan a la sociedad. Es fundamental hacerlos
concientes-como a cualquier niño, aunque en estos casos con mayor énfasis-de
que existen conductas públicas y conductas privadas, que con las
públicas ha de tenerse cuidado de no ofender ni agredir y que hay otras que
sólo deberán hacerse en privado; aunque estas últimas no por ser privadas
puedan atentar
Contra la propia salud. Así, por ejemplo eructar arrojar gases,
rascarse los genitales, masturbarse, desnudarse, son conductas que sólo deberán
hacerse en privado
Con los niños y niñas que presentan discapacidad mental severa
también de tomarse en cuenta que ni nivel de comprensión lingüística es muy
bajo y que por lo tanto, la información deberá repetirse varias veces, con las
palabras más sencillas y de distintas maneras, a fin de comprobar que han
entendido. También, a causa de estas limitaciones lingüísticas debe considerarse
la dificultad que tiene el discapacitado mental para entender su sexualidad y
elaborar y externar sus dudas.
Es muy importante que quienes presentan discapacidad mental
comiencen desde la infancia a distinguir las conductas privadas de las conductas
públicas y, muy especialmente, en función de la sexualidad; de lo
contrario-como ya se ha dicho-resulta muy difícil lograrlo en la adolescencia,
cuando la necesidad sexual irrumpe plenamente. Si se consigue inculcar en estos
niños y niñas los conceptos de conductas públicas y conductas
privadas (sin agredirlos por manifestar su curiosidad sexual, respetándolos
por manifestar sus inquietudes) estarán en mejores condiciones de enfrentar las
demandas sexuales que aparecen en la adolescencia.
Sabemos que los padres de niños o niñas con discapacidad mental
suelen atravesar por varias etapas: negación (no aceptan que su hijo o hija
tenga esa discapacidad), rechazo, duelo y aceptación. Es importante que
maestros y maestras ayuden a los padres de familia o los canalicen con un
especialista para que superen dichos sentimientos, pues si a la discapacidad
mental se aúna la carencia de afecto, podrían ocasionarse en el futuro de esos
niños y niñas conductas sexuales difíciles de controlar.
En el adolescente con discapacidad mental no suelen darse las
preocupaciones que aparecen en los adolescentes sin este grado de discapacidad:
no los inquieta la aparición de los caracteres sexuales secundarios, ni su
identidad, pues al no llegar a la etapa en que se consiguen las operaciones
formales no se redescubre ni conquista la capacidad crítica. En ellos, el
problema principal será no haber conseguido un autocontrol, pues las
necesidades sexuales tienden a ser actuadas espontáneamente, sin ningún control
moral. De ahí la especial importancia de brindar una específica educación
sexual desde la infancia a quienes presentan discapacidad mental, y lo
indispensable de que hayan aprendido la frontera entre las conductas privadas y
las conductas públicas antes de que lleguen a la adolescencia.
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